Hoy sobrevivo al hormigueo originado por el roce de tu piel al compás de cada uno de los latidos que marcan los segundos de vida que le quedan a la noche, mientras caigo en la cuenta —al ahogarme en tus ojos— de que has matado a más fieras que alimentado recuerdos.
Estoy seguro en abandonar toda esperanza, pero soy de los que lucha por una última palabra que nunca tiene valor. Lamentable.
Agarro fuerte el poema, lo exprimo. Le hablo de ti y él me susurra al oído que se la sudan mis mierdas, me pide silencio, se rompe y se apaga.
Cierra la puerta llevándose tu nombre escrito en el bolsillo donde acabará olvidándote.
Pierdo el equilibrio. Pierdo el equilibro sobre las palabras que llevo guardando durante todo el día para darte otra oportunidad —y antes de sentirte cerca— ya te he perdido.
Has vuelto a descuidar las ganas de volar, que te hacían tan única.
Agarro fuerte el poema, lo exprimo. Le hablo de ti y él me susurra al oído que se la sudan mis mierdas, me pide silencio, se rompe y se apaga.
Cierra la puerta llevándose tu nombre escrito en el bolsillo donde acabará olvidándote.
Pierdo el equilibrio. Pierdo el equilibro sobre las palabras que llevo guardando durante todo el día para darte otra oportunidad —y antes de sentirte cerca— ya te he perdido.
Has vuelto a descuidar las ganas de volar, que te hacían tan única.
Tal vez me necesites mañana cuando —harto de todo— haya deshojado los versos que te buscaban y entonces queden, solamente primaveras sin sentido, o sin ti.
Bombeo el último suspiro de la noche donde, en algún sitio, tú sigues con las tuyas matando a las fieras que un día lo dieron todo, por ti.
Bombeo el último suspiro de la noche donde, en algún sitio, tú sigues con las tuyas matando a las fieras que un día lo dieron todo, por ti.